Pese a quien pese, la Reconquista fue el proceso más
fascinante de la historia. Ningún territorio ocupado por el Islam en los siglos
VII y VIII fue capaz de expulsar a los invasores, ninguno salvo la Península
Ibérica.
Puede discutirse la cualidad de esa Reconquista incluso la
propiedad del término, pero el proceso histórico fue el que fue: a partir de
711 y como consecuencia de un invasión extranjera, España se islamizó; después
de varios siglos de avance cristiano, en un clima general de guerra y con pocos
lapsos de paz, el islam terminaría expulsado en 1492. Eso fue la Reconquista.
¿Cómo comenzó todo? ¿Dónde? ¿Por qué? Bien, todo empezó en
un pequeño rincón del norte de España, en torno a Cangas de Onís, en Asturias.
Un minúsculo núcleo de resistencia rural, limitada a unos pocos clanes de
campesinos y guerreros ASNOS SALVAJES como les llamaban despectivamente los
musulmanes, constituyo un espacio político precario, pero decidido a
sobrevivir. Así nació el Reino de Asturias, sin otra fuerza que la voluntad de
no doblegarse ante el poder musulmán y sin más elemento de cohesión que la
Cruz.
Es una historia que se ha contado miles de veces y que ha
ocupado algunas de las cabezas de los mejores historiadores de España. Desde
Claudio Sánchez Albornoz, pasando por Luis Suarez, Menéndez Pidal, Julio
Valdeón, solo por reducir a 4 nombres aunque la nómina que, en justicia es más
larga, así como divulgadores de la historia que sin los historiadores no
podrían contar la historia.
Parece que hoy se ha olvidado, particularmente por las
generaciones más jóvenes, por eso es necesario volver a contarla otra vez. ¿Qué
contar? Lo más posible. La peripecia del Reino de Asturias es una hazaña
asombrosa. Aquella gente encerrada en un pequeño enclave de poder militar
escaso y economía rudimentaria, hizo
frente a un enemigo poderoso, cuya voluntad de dominación era una determinación
religiosa inapelable. A los rebeldes del norte, les esperaban tiempos trágicos,
durísimos, sometidos una otra vez a las campañas y saqueos musulmanes que
asolaban los campos, sembraban la esclavitud y la muerte, y todo eso año tras
año, sin apenas tregua. Es inconcebible que pese a su inferiorida, el reino de
Asturias lograra sobrevivir, pero lo hizo.
Y no solo logro sobrevivir, sino que poco a poco fue
incorporando a los demás pueblos cristianos de la cornisa cantábrica. Y no solo
eso, sino que más tarde, consiguió mantener a raya al enemigo musulmán
infligirle perdidas seria, y no solo eso, sino que empezó aventurarse al sur de
la cordillera para repoblar las tierras llanas. ¿Cómo fue posible semejante
prodigio?
Es muy interesante meterse en las mentes de aquellas gentes,
de reyes condes obispos que iban dejando su nombre en los amaneceres de la
Reconquista. La historia tradicional a puesto a cada uno en su sitio y nos
brinda el fresco especialmente vivo de aquellos siglos de aventura y tragedia.
Pero en aquel tiempo, no había solo reyes y condes, sino que
también había un pueblo que escribía la historia con el surco profundo de sus
arados. La vida de ese pueblo nos resulta oscura, porque las fuentes históricas
se fijan más en los grandes nombres que en los pequeños. Pero hay indicios
suficientes para reconstruir su peripecia en aquellos siglos del origen, y lo
que se puede adivinar es estremecedor.
Los indicios son: diplomas de remotas fundaciones monacales
que hablan de los pioneros en valles expuestos al peligro moro, testimonios del
favor regio para premiar el heroísmo de tal o cual colono, fueros que
organizaron por primera vez en la vida de los repobladores como hombres libres
en un espacio nuevo, rusticas iglesias que oscuros clérigos contribuyeron con
sus propias manos, decenas de cadáveres emparedados en una cueva del Pirineo,
documentos que nos hablan de litigios y pleitos por tierras y montes. Además lo
que cuentan las crónicas, tanto cristianas como moras.
Hay muchas formas posibles de contar la vida del reino de
Asturias, el principio de la Reconquista, pero, de todas quizá la más sugestiva
es la vida de aquellos colonos, de aquellos pequeños nombres. ¿Quién sería
Cristuévalo, el de Brasoñera? ¿Cómo murieron los desdichados cuyos cuerpos se
hallaron en la Cueva de la Foradada? Los
nombres de esas personas han sobrevivido a la escasez de fuentes directas y por
eso tienen valor. A partir de una huella en la historia se puede reconstruir un
esquema general, del mismo modo que unos pocos fósiles permiten recomponer la
anatomía de un sauro. Y una vez reconstruido el objeto, descubrimos que es
fascinante.
Resumámoslo así: por encima y por debajo de Reyes y
batallas, en realidad la Reconquista fue una gigantesca aventura popular, un
enorme movimiento de gentes de a pie que buscaron en las tierras nuevas del sur
una vida más libre, y que desafiaron todos los peligros para conquistarla.
Después, solo después los reyes y los condes sancionarían aquella expansión
hacia el sur, incorporando las nuevas tierras al espacio político de la corona.
Pero el impulso inicial fue, siempre, obra de personas singulares.
Esas personas son las verdaderas protagonistas de ese
proceso asombroso que se llama Reconquista. Y en ellas hay que pensar cuando se
escribe la crónica de dos siglos de supervivencia, de resistencia y, al final,
de victoria y libertad. Sus sacrificios, su sudor y su sangre permitieron
construir una comunidad política.
Honrarás a tu padre y a tu madre. Al fin y al cabo, de no ser por
aquella gente, aquellos ASNOS SALVAJES, nosotros no existiríamos hoy
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